Pocas erupciones se conocen con la misma intensidad como la que tuvo lugar en Tonga, el pasado 15 de enero.
Corría el año 2015 cuando surgieron nuevas tierras en el Pacífico Sur, uniendo dos islas que ya existían, Hunga Tonga y Hunga Ha’apai. Desde entonces, el entorno se había convertido en una zona muy espectacular y con gran atractivo para los turistas, a pesar de las advertencias de los científicos acerca de que ese terreno podría ser inestable y peligroso.
Una erupción fuera de lo común
Y los pronósticos y advertencias se han cumplido siete años después. Hunga-Tonga-Hunga-Ha’apai, nombre que se dio a la isla recién formada, ha quedado muy devastada, después de haber sufrido los estragos de la erupción volcánica del pasado día 15 de enero. La explosión, que pudo ser observada desde las altas capas de la atmósfera, atravesó la isla emergente, provocó un tsunami muy destructivo, cubrió la isla Tonga y produjo una onda de choque atmosférica que se hizo sentir en muchos puntos de la Tierra.
Los científicos nunca habían visto algo que se le pareciese. El científico de la NASA Jim Garvin, en una investigación conjunta con la Universidad de Columbia, el Servicio Geológico de Tonga y la Asociación de Educación Marina, investigaron los cambios sufridos por la isla a lo largo del tiempo, gracias a la ayuda de satélites y de observaciones terrestres.
Análisis sobre el terreno
Las dos islas, en apariencia independientes antes de su unión en 2015, en realidad representan las dos secciones más elevadas de un gran volcán submarino. Éste se eleva unos 1,8 km desde el lecho marino y llega a tener cerca de 20 km de ancho en su base. En lo que se refiere a la caldera sumergida mide 5 km de diámetro.
La unión de las dos islas fue la consecuencia de unas explosiones pequeñas, pero intermitentes, y la acumulación constante de tefra (fragmentos volcánicos) y ceniza. Este tipo de erupciones se conocen como de Surtseyan, y son una consecuencia directa del goteo de agua de mar que interactúa con materiales calientes en el respiradero. La consecuencia final son nuevas masas de tierra y el crecimiento que experimentó la isla.
Los equipos de investigación estudiaron la masa de tierra recién emergida y los efectos que produjo en ella la erosión, así como el constante batir de las olas y el impacto de las tormentas tropicales. También analizaron las plantas y la vida silvestre de la zona, y se dieron cuenta de que estaban haciendo uso del nuevo territorio.
Estamos ante un tipo de islas muy poco común, de ahí su importancia científica. La otra isla a destacar de Surtseyan es Surtsey, formada muy cerca de Islandia en 1963.
Consecuencias tras el 15 de enero
La isla Hunga-Tonga-Hunga-Ha’apai volvió a crecer tras las erupciones de diciembre de 2021, concretamente se expandió un 60% más. Pero este crecimiento de nada sirvió. Las explosiones se renovaron el 13 y 14 de enero, y lanzaron grandes cantidades de ceniza al cielo.

Fue la gran explosión del 15 de enero la que envió material volcánico a unos 40 km a la atmósfera, y que provocó una onda estratosférica masiva que se propagó a velocidades que alcanzaron los 300 metros por segundo. Al día siguiente, las imágenes de radar mostraron a una isla casi destruida por completo.
El gran volumen de agua marina, a unos 20 grados C, interactuó con magma a más de 1000 grados C, y esta mezcla tuvo lugar en una pequeña cámara de magma, lo que dio origen a una erupción tremendamente explosiva.
Se estima que la energía liberada por la erupción estuvo entre 5 y 30 megatones, una cifra que se estimó gracias a la cantidad de material desplazado, la fuerza de la roca y la altura y velocidad de la nube de erupción. Eso es equivalente a unas cien bombas atómicas como la que se detonó sobre Hiroshima en 1945.
Los científicos continuarán analizando el área intentando localizar nuevos signos de actividad volcánica y de crecimiento.