El centro de la Tierra esconde grandes misterios y uno de ellos podía estar a punto de desvelarse gracias a un reciente estudio científico.
Cuando Julio Verne escribió una de sus obras más conocidas, ya nos insinuó los increíbles misterios que podían encerrarse en el centro de la Tierra. El autor francés no parecía referirse al origen de nuestro planeta, pero sí que lo han hecho los autores de un estudio publicado recientemente.
Se trata de un interesante trabajo sobre ondas sísmicas, y en él se describe cómo entre el núcleo y el manto terrestre pueden hallarse algunas pistas valiosas sobre el nacimiento de una Tierra primitiva.
El estudio analiza el comportamiento de ondas sísmicas y modelos diseñados por ordenador, y fue realizado en el mar de Coral. Los científicos pertenecían a la Universidad de Utah, la Universidad de Arizona, la Universidad de Calgary y la Universidad Nacional de Australia. Como se puede apreciar, fue un trabajo conjunto de gran envergadura.
Aunque del estudio no se pueden desprender conclusiones concretas, sí que arrojó una serie de datos sorprendentes e innovadores.
Un poco de Geología
Como ya es conocido, la Tierra está formada por tres capas de diferente grosor.
La más delgada y externa es la corteza terrestre, compuesta por rocas sólidas de un espesor medio de 35 kilómetros en la corteza continental, y de otro espesor medio de 10 kilómetros en la corteza oceánica.
El manto se halla inmediatamente debajo de la corteza y separado de ésta por la llamada discontinuidad de Mohorovic. Su profundidad es de 2.900 kilómetros.
En cuanto al núcleo, la capa más interna, en realidad está formado por dos partes, una sólida y otra fundida, y está separado del manto por la discontinuidad de Gutenberg. Gracias al movimiento que las ondas sísmicas reflejan, se cree que está compuesto por hierro y níquel.

Un trabajo muy prometedor
Las ondas sísmicas cuando se desplazan, a través de las diferentes capas que conforman nuestro planeta, lo hacen de una determinada forma, y esto ha dado grandes pistas a los autores del citado estudio.
Estos científicos ya sabían que en algunos puntos concretos de la Tierra, situados entre el manto y el núcleo, las ondas sísmicas avanzaban mucho más despacio. Lo dicho resulta muy poco explicable si tenemos en cuenta que su velocidad descendía en casi un medio, mientras que la densidad del terreno atravesado parecía incrementarse en un tercio.
Al principio, pensaron que se debía a que el manto está parcialmente derretido y que genera fuentes de magma bajo las zonas volcánicas calientes. Pero no había una coincidencia con los puntos en donde se habían detectado las anomalías, por lo que esta explicación fue descartada.
Los científicos viajaron hasta el mar de Coral para intentar dar una explicación a las mediciones detectadas. Ese enclave resulta ideal para los sismólogos, dado que allí tienen lugar muchos terremotos y ofrece una imagen sísmica de alta resolución del punto que separa al manto del núcleo.
El estudio era consciente de que resulta muy complicado extrapolar los datos obtenidos para hacerse una idea clara de la estructura interna de la Tierra. Por eso recurrieron a la ingeniería inversa. Es decir, crearon modelos informáticos con diferentes conformaciones del terreno, y compararon el comportamiento que se obtenía, en cada caso, con las ondas sísmicas, para contrastarlo posteriormente con los resultados observados en el mar de Coral.
Y llegó una posible explicación
Se trataba de comprobar si las anomalías en la velocidad de las ondas podían estar relacionadas con el material depositado en capas, y se llegó a la conclusión de que sí.
Esto tiene suma importancia pues, hace 4.500 millones de años, cuando el hierro, debido a su alta densidad, se hundía hasta el núcleo de la Tierra de entonces, y los materiales más ligeros ascendían hasta el manto, un planeta del tamaño de Marte chocó contra el nuestro.
Este choque probablemente lanzó al exterior una gran cantidad de escombros, que comenzaron a orbitar la Tierra y que, con seguridad, terminaron conformando la Luna.
El impacto también debió provocar un ascenso de la temperatura terrestre, que fue muy rápido y que formó un océano de magma. Al enfriarse, dio origen al manto actual y, después de miles de millones de años, sus movimientos de agitación y de convección pudieron dar paso a una serie de parches arrojados a su fondo.
Según un comunicado de este colectivo de científicos, serían como grumos de harina que se irían depositando en el interior de un bol de masa. Su teoría defiende que las ondas sísmicas descienden en velocidad cuando atraviesan las capas formadas por esos parches.
De ser cierto, estaríamos mucho más cerca de conocer cómo se formó nuestro planeta.